martes, marzo 30, 2010

En sólo minutos, un terremoto y una oportunidad de ver lo bueno de la vida (¿Final?)

Uf, pasaron hartos días en que dejé pendiente el final de mi narración, pasaron bastantes cosas, como la visita de Joaquín, la de Tania, nuestra ida a ver a A-ha, mi resfrío inesperado y un temblor. Pero todas esas cosas siguen teniendo algún punto de relación con lo sucedido ese 27 de febrero. Ya pasó poco más de un mes pero sigue ahí. Espero dejar esto pronto atrás y poder vivir la vida alegre y dejando las preocupaciones de lado.

Paradójicamente, este terremoto a eso ayudó al final. Esa mañana, que tardó tantas horas en llegar, sentía las piernas temblorosas. Con todo, me sentía contenta de estar viva, más me preocupaba mantener a mis gatos tranquilos. Frijolito pasó lo que quedaba de noche debajo de la mesa de centro. La pobre Gordilla se hizo en el sillón donde estabamos acostadas: había quedado tan choqueada que no se movió hasta la mañana, y nosotras estabamos tan cansadas que no nos dimos cuenta.

Todas esas horas escuchábamos la radio en el mp3 de mi mamá, a la luz de las velas, porque la luz de emergencia nunca encendió. De repente había otros temblores, y yo pensaba en la Salima, que había huído al techo. Para olvidar las preocupaciones, me puse a leer unos Salmos, y de ese minuto en adelante estuve muy tranquila. No me importaba como estuvieran las cosas. Así, amaneció. El día era gris amarillento. Había polvo en el aire, neblina, un poco de frío, un poco de calor, muy raro...pero al menos ya podíamos apagar las velas. Por la ventana vi que mi gata, primero en el jardín, no quiso entrae. Vino otro temblor. Luego estaba arriba de un árbol frente a la casa, tratando de atrapar unos pajaritos, se había metido al nido. Saltaba entre los cables que pasaban por las ramas. Seguía su instinto de supervivencia. Salí con un tarro a llamarla y bajó. La comida en lata les atrae más que la que tiene que preparar ella misma.

Había otros vecinos, en pijama en la calle, tratando de atrapar a los perros que se escaparon. Ayudé. Y a nadie le importaba como andaban los otros. Entré a la casa y nos volvimos a sentar en el sillón. Comimos algo de pizza que habíamos hecho esa noche, aunque yo no tenía muchas ganas de comer.

En resumen, todo ese día lo pasamos en el living. Logré hablar por teléfono, dormir algunos minutos, cuando no temblaba. Mi mamá incluso salió a barrer afuera. No hubo luz hasta tarde y pienso que eso ayudó a nuestra paz porque no veíamos televisión. Así cada día hasta hoy, siempre lo vivimos con harta paz, tranquilas porque todos los que conocemos están bien y porque todo este tiempo hemos visto la mano de Dios protegiéndonos. Poco a poco las mascotas se calmaron, la gente también, y si no nos derribó un terremoto, menos un temblorcillo. Y no estoy hablando solamente de geología. Después de algo como esto, a pesar de todo el horror que fueron esos 2 minutos y las consecuencias que trajeron, también se asoma un rayito de luz, la belleza de las cosas que están aqui, las que siempre tuvimos y no valoramos lo suficiente, estar con la familia o simplemente el aroma de una flor que siempre estuvo en mi jardín y nunca sentí por su sutileza. De repente hay que detenerse y revisar algunas de esas cosas, revisar, volver a probar, buscar lo nuevo en lo común.

Quiero que el terremoto pase, pero lo bueno que hemos logrado se quede para siempre.

No hay comentarios.: