sábado, diciembre 12, 2009

En realidad no debería quejarme

Ayer sentía que todo se me había venido encima, un día realmente malo y que había estado precedido de otro del mismo tono. Hoy ya no me podía lamentar más por mi suerte, terminé quejándome por todo y declarándome cansada en todos los sentidos. Todo empezó el jueves.

Tenía una entrevista de trabajo, para la cual me estuve preparando por semanas. Desde como llegaría hasta lo que diría, todo preparado con antelación. Sentía que nada podía salir mal, entonces fue cuando todo salió…MAL. La noche previa, cuando planeaba levantarme temprano, me di cuenta de la extraña desaparición de mi carnet, el que necesitaba para entrar. Terminé acostándome pasada la 1 de la madrugada: tenía que levantarme a las 6:30. Nerviosa y molesta puse el despertador…el que no sonó. Desperté a las 7, gracias a mi mamá, que se ofreció a llevarme. Tenía que estar a las 8:45, luego de otros pormenores, salimos de la casa a las 8:15. Tenía media hora, pero igual podríamos llegar a la hora. No contábamos con que la costanera estaba cortada. Tuve que bajarme del auto y tomar un taxi. Resultado: llegué a las 9:08 y me atendieron a las 10. A esa altura me extraña haber dicho algo cuerdo en esa entrevista. Ayer tenían que llamarme, no pasó nada. Tras más de un año sin un trabajo estable, sentí que era lo último que me faltaba.

En este trabajo veía no sólo una remuneración digna, sino también sentir que estaba haciendo algo con mi vida, que podría ir más lejos, e incluso podría conocer al amor de mi vida ahí, ¿quién sabe? Hace tiempo no salgo y en serio necesito socializar, aunque sin plata lo veo difícil. Así, mi mente rápidamente recapituló todos los momentos deplorables de este año y en segundos pude afirmar que este era el peor año de mi vida. Pensar que el año pasado pensaba lo mismo y dije que este sería el mejor. Todo se vio acentuado por algunas llamadas para saber como me fue con el trabajo y eso sólo lograba que me sintiera más frustrada. Sólo podía pensar en todo lo malo, no podía recordar ni una sola cosa buena que me hubiera sucedido este año. Para culminar el día, quería ir a dormir temprano, olvidarme de que era viernes y mi gata se subió al techo, lo que parece poco pero a mí me parecía el insulto final.

Cansada y angustiada me acordé de Dios, y me senté en el suelo de la cocina, en señal de huelga, pensando “No me muevo de aquí hasta tener respuestas”. Rato después mi enfoque había cambiado. Debo decir que Dios es eficaz de unas maneras que no dejan de asombrarme. Estaba leyendo la Biblia, buscando una respuesta, casi exigiendo números, y de pronto de golpe supe que yo era la que estaba mal. No podía decir que el año no había tenido nada bueno. Este año tuvo cosas increíbles, milagrosas. Es verdad que fue un año complejo, pero para que haya un milagro tiene que haber algo que superar. Es cierto que envenenaron a mi gato, pero se salvó y está bien. Puede que estuviéramos ajustadas de presupuesto, pero nunca nos faltó nada. Y principalmente, a mi muy querida amiga Tania le detectaron un mal que amenazaba con quitarla de nuestro lado, pero ahora está bien y le podrá sacar la lengua a los doctores y a todos los que no le daban esperanzas. También otras totalmente buenas, como que una amiga se case o tenga un hijo (varias en realidad).

Pensando en estas cosas y otras más, me di cuenta que en el fondo Dios me dio muchísimas cosas este año, cosas increíbles, y debería alegrarme por eso. Son regalos que no tienen comparación. Me acordé entonces de un versículo que solía molestarme mucho y que acabo de entender: “Pedís y no recibís, porque pedís mal para gastar en vuestros deleites”. Yo pensaba “yo pido lo que necesito”, pero ahora me doy cuenta de que esas cosas no tienen comparación con las que nos da Dios, que nosotros muchas veces pasamos por alto, pero que en realidad son las que importan. Entonces me salió del alma decir: “perdón Señor por decir que este año no me había pasado nada bueno.” Y ¿saben qué? me sentí mucho mejor, ya no me sentí en huelga, ni sola, ni cansada. También me trajo a la mente el sentido de la Navidad, lo que es dar un regalo de corazón, que no sólo la persona valorará si no que tu lo quisieras para ti, un regalo con significado, edificante. Tal vez es mucho pedir para un simple regalo, una muestra de afecto, algo que se ha vuelto más una costumbre obligada, pero hay que pensar que es lo que realmente representa y que el que originó todo ya ha dado muchísimos regalos y que en un día en especial nos dio lo más valioso que podía dar, Su Hijo, para la salvación de todos. Feliz Navidad.