sábado, septiembre 11, 2010

Adiós (parte 1, parte 2, más ratito)

La vida pasa muy rápido y de ese mismo modo varía. Como diría la mamá de Forest Gump: nunca sabes lo que te va a tocar. Por eso el dejar mi trabajo tan repentinamente hizo que se reunieran en mí muchas emociones simultáneas. Tras marcar mi tarjeta, la n° 27, el viernes pasado, y atreverme a cruzar la puerta, estaba dejando atrás una parte de mi vida. Innevitablemente se me cayeron varias lágrimas.

El miércoles de la semana pasada pedí permiso para ir a una entrevista para un trabajo en una agencia de traducción, algo que había esperado durante mucho tiempo. Pedí permiso, avisando a lo que iba. Partí, un cuarto para las cuatro, esperanzada y acompañada por el apoyo de varios amigos, en especial por el de mis amigas de la oficina que iba a dejar.  A pesar de conocerlas tan poco tiempo, siempre tuvieron fe en mí y en mis capacidades, aunque no supieran como fuera para traducir.

Apenas salí de la oficina, camino al metro empezaron a caer gotas de lluvia, que se instensificaron en el camino. Me puse la bufanda en la cabeza y aceleré el paso. En mi mente empezó a sonar “Don’t Rain on my Parade”. Definitivamente mi vida tiene un soundtrack asociado. Llegué a tiempo a la entrevista, en una oficina junto al Cerro Santa Lucía. Ya había ido antes dos veces, una vez para rendir la prueba, que pasé con éxito y que me permitió seguir en esta etapa, y años atrás, cuando infructuosamente rendí la misma prueba, recién egresada de la carrera de Traducción.

Iba ultra nerviosa pero luego de una entrevista que me recordó a una película de cine noir, sentí que igual no había estado todo tan mal, sólo lamentaba haber hablado mucho de mi trabajo como administrativo contable. Creo que en ese instante me di cuenta lo mucho que me gustaba mi trabajo, a pesar de tener que hacer a veces cosas que no me correspondían y que no me pagaran tanto. El trabajo era interesante y tenía mis amigas. El paisaje de ida y vuelta me acompañaba en mis meditaciones diarias y podía escuchar música en la oficina. Lo que no me gustaba era que necesitaba un mejor sueldo y hacer lo que estudié. Además no tenía el trabajo asegurado.

Terminada la entrevista, que fue corta en comparación a la anterior (eso me preocupaba) partí al metro, sólo para descubrir que me faltaban 80 pesos para el pasaje. Tuve que esperar la micro, la 403, por más de media hora. La lluvia mínima había dado paso al frío y tenía que pararme detrás de la gente para que no llegara el viento.

Al otro día, amanecí enferma. Con esfuerzo me levanté. Tomé un taxi para ir a trabajar, me sentía pésimo. Esperaba que tanto sacrificio valiera la pena, recién sabría el lunes o martes que pasaría y tenía que terminar mi trabajo en Dicotex, no iba a dejar las cosas incompletas.

Continuará…

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